domingo, 24 de septiembre de 2017

El mundo real

¿Existe el mundo?

En cualquier caso, la respuesta a esta pregunta depende del sistema de pensamiento que utilicemos para responderla. Sin entrar en demasiadas profundidades, podemos intentar responder  preguntas más simples, tales como: ¿Qué mundo conocemos? ¿Cómo lo conocemos? Este breve artículo trata sobre eso.

Lo primero que se nos hace evidente es que el mundo que conocemos está en nuestra mente. Conocemos el mundo en, o con, nuestra mente.

Realmente, llamamos conocer a “significar”, a encontrar significado en las cosas que creemos percibir. El significado que tiene para nosotros.

En realidad, el significado de las cosas es la definición que tenemos sobre ellas. El conjunto de atributos que les hemos asignado. Estos atributos, en general, suelen ser estrictamente funcionales y descriptivos. Hacen referencia a su función, su utilidad y su propósito, y básicamente responden a la pregunta “Para qué”. Para qué sirve esto.

Así, a una taza se le asigna la función de contener líquidos para beber, habitualmente líquidos calientes. Los distinguimos de otros contenedores similares por otra serie de atributos; como su tamaño, su forma, el material del que está hecha, su color, o la existencia de un asa para cogerla.

Tanto su función, como sus atributos, han sido definidos, han adquirido significado, por razón de su especificidad, es decir, su cualidad de ser diferentes de otros, de estar separados de otros de su misma categoría. En términos generales, podemos decir que hemos entrenado nuestra mente para percibir contrastes, diferencias, a cada una de las cuales le hemos adjudicado un significado específico, una determinada definición. Una especie de “etiqueta”.

Así, usamos la mente asignando etiquetas a todo lo que creemos percibir, y a eso le llamamos: la realidad.

Es obvio, por lo tanto, que se trata de una realidad interpretada mediante el establecimiento de etiquetas previamente definidas.

Otra cosa interesante, es notar que todas estas definiciones las hemos “aprehendido” o aprendido en el pasado. Así, cuando describimos el mundo que creemos percibir, en realidad, estamos describiendo lo que aprendimos en el pasado, por eso, podemos decir: “Solo veo el pasado”. Ideas o juicios realizados o aprendidos en el pasado.

También se puede ver con claridad que, aun cuando estos atributos y funciones pretenden ser objetivos y absolutos, en realidad son arbitrarios y relativos. Un zapato puede ser considerado grande por un hombre bajito, y pequeño por un hombre muy alto. Un adulto puede que encuentre liviano un objeto que a un niño le resulta pesado. Un coche sencillo puede ser considerado con desdén por alguien acostumbrado a conducir coches de lujo, y una maravilla si es mi primer coche.

Esto es muy interesante, porque nos permite entender dos cosas importantes:

Una. Que los juicios o valoraciones de las cosas percibidas dependen del sujeto que las percibe.

Dos. Que su impacto emocional depende del juicio previo repercutido en una escala de valores.

Si ahora centramos nuestra atención sobre el sujeto que percibe, en lugar de sobre la cosa percibida, también podemos llegar a una serie de interesantes conclusiones.

El sujeto perceptor también se considera a sí mismo sujeto percibido, y de acuerdo a las mismas consideraciones antes expuestas, se interpreta a sí mismo y dice que se “conoce” a sí mismo. Es decir, se asigna una serie de funcionalidades y atributos. A eso se acostumbra llamar “ego”.

De igual manera que como ocurre con las cosas percibidas, el perceptor se “cosifica” a sí mismo y se interpreta con definiciones aprendidas, heredadas de otros, y provenientes del pasado. El individuo ha sido “educado” para percibirse a sí mismo de una determinada manera, para interpretarse y llegar a un “conocimiento” de sí mismo que, en realidad, no es otra cosa que una serie de etiquetas que le han sido asignadas por otros previamente, o por sí mismo. No solo se le ha dicho “quién es”, sino también, cómo debe interpretar la realidad, y le han explicado que ese proceso se llama “pensar”, cuando, en realidad, no es más que asignar etiquetas de pasado a lo que cree percibir.

Este funcionamiento de la mente de asignar etiquetas de pasado a lo percibido es un proceso totalmente automático, y es totalmente arbitrario y relativo a la educación recibida. Al ejercicio de ese proceso automático de evaluación de las circunstancias interpretadas según la asignación de etiquetas de pasado, se le llama “vivir”. Obviamente se trata de un proceso absolutamente condicionado sobre el cual el individuo no tiene ninguna opción. Ha sido totalmente “programado” para pensar que su vida es eso. La libertad individual, o la capacidad de la mente para elegir entre diferentes opciones es una quimera. Es tan solo aparente, pues la mente individual ha sido programada por la educación para interpretar el mundo de una determinada manera. El problema, es que el individuo ni siquiera lo sabe. No es consciente de que tanto su propia consideración de sí mismo, como su interpretación de todo lo que percibe, es fruto de la implementación de un aprendizaje. Por eso, el comportamiento humano es totalmente previsible. Para prever lo que una persona va a interpretar, sentir o hacer ante una determinada circunstancia, solo es necesario conocer cuál ha sido su programación. El individuo la ejecutará dócilmente, pues no siendo consciente de ella, nunca la cuestionará. Incluso aquellos que se ven a sí mismos como inconformistas y rebeldes están “pensando”, sintiendo y actuando conforme a lo que le dicta su programación específica, hija de su pasado.

De esta manera, es muy fácil convencer a la gente de cualquier cosa y hacerles hacer o sentir cualquier cosa. Solo es necesario conocerles lo suficientemente bien. Siempre responderán de forma previsible y automática. Esto ocurre constantemente en nuestro mundo, y mucha gente, en realidad, todo el mundo, utiliza este método para conseguir sus propósitos, en algunos casos -los políticos, las agencias de márquetin y publicidad- en el torpe convencimiento de que poseen un tipo de saber “secreto” que permite conseguir de los demás cualquier cosa, inciden en el colectivo humano para influirlos de cara a conseguir sus oscuros fines. También los líderes “religiosos” lo hacen. Todos ellos intentan vender un producto o una idea para conseguir un beneficio personal, una posición de poder, o lo que aún es más peligroso, para “salvarte” de alguna cosa.

En lo que esos individuos no reparan, es que las motivaciones que les llevan a semejantes comportamientos, son fruto del mismo tipo de programación, y que lo que ellos mismos hacen también es previsible e inevitable.

Este artículo se titula: El mundo real. Y con esto pretendo referirme lo que es “per se”, no al mundo interpretado, que como hemos visto, es arbitrario, relativo y subjetivo. Me estoy refiriendo al mundo que puede ser considerado de igual manera por todas las mentes.

Aunque pueda parecer un ejercicio trivial, que de hecho, debiera serlo; percibir lo que es, lo que hay, se convierte en una tarea que entraña una enorme dificultad,  porque para ello es necesario “desprogramar” la mente. En realidad, esta es la tarea de todos los caminos espirituales y el objetivo de las más altas filosofías.

Tengo que anticipar, querido lector, que aunque tu ánimo pueda estar bajo al contemplar la deprimente situación en la que te encuentras, que para todo esto existe una feliz salida. En realidad, todo se trata de un simple malentendido. Has confundido lo que eres con lo que piensas que eres, y tú, querido lector, no eres lo que piensas que eres, sino el que piensa lo que piensa que es.

Considera esto con un poco de atención, y seguro que alguna luz aparecerá en tu mente. Es evidente que no se trata de un ejercicio que estés acostumbrado a hacer. Nadie te lo ha enseñado, ni siquiera te habían planteado esa necesidad o esa posibilidad, pero la recompensa por hacerlo, se llama libertad, se llama el mundo real, Y entonces, tanto tú como ello, os convertís en uno y lo mismo. Os convertís en luz. Os convertís en amor.

Que así sea.

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