sábado, 29 de septiembre de 2018

Traduciendo el Curso

Llevo varios meses traduciendo el Curso, y te voy a contar un poco sobre esta experiencia, solo porque creo que te puede servir.

Un curso de milagros, como sabes, es un curso de entrenamiento mental que te invita a cambiar tu sistema de pensamiento en una dirección determinada. De hecho, en una dirección absolutamente invertida a la que ahora sigues. En términos muy simples, podemos decir que piensas con tu ego, que en sí mismo no es nada, solo una determinada manera de pensar. El Curso te propone hacerlo con el Espíritu Santo, una voz que está en tu interior y que en todo momento te recuerda la manera de pensar de Dios, que es la opuesta al ego. 

El Curso dice que tienes la opción de elegir entre estas dos voces, que dicen cosas absolutamente dispares. Practicamente, el Curso es tan solo la descripción de estas dos enseñanzas y las consecuencias de seguirlas. Pero bueno, todo esto también lo sabes. Quizás, de lo que no eres muy consciente es de lo difícil que te resulta atender y seguir la voz que más te conviene, aun cuando las ventajas son obvias. El problema es que tu sistema de pensamiento, actualmente, es automático. Solo escuchas ciegamente la voz de tu ego, y en consecuencia, sigues sus mandatos. A veces, pocas, lees el Curso o cualquier otro libro espiritual, y te gusta lo que allí se dice, incluso te lo crees, y con frecuencia te propones seguir esta nueva manera de vivir. Pero no pasan más que unos pocos segundos y ya te encuentras a ti mismo pensando tonterías, y eso en el mejor de los casos, porque la mayor parte de las veces ni siquiera te das cuenta.

Es probable que te desanimes y te digas a ti mismo que ese cambio de mentalidad es una tarea fenomenal, completamente fuera del alcance de tus limitadas fuerzas. En parte tienes razón, porque tú solo nunca lo conseguirás. Las buenas noticias, sin embargo, son, que no estás solo y que tus fuerzas son ilimitadas, tanto, que puedes hacer lo imposible; puedes incluso limitar lo ilimitado, si bien eso solo lo puedes hacer creíble para ti mismo; esa es tu ilusión. Aun así, es suficiente para tenerte totalmente confundido sobre tu propia identidad y sobre todo.

La salidad de esta situación desesperada y aparentemente irresoluble es la Expiación, vamos, lo que este Curso enseña. Para ello, te propone un plan de estudios con una enseñanza específica, que si bien es muy simple, es muy difícil de seguir, porque exige una vigilancia extrema y permanente de tu propia mente. Y aunque la dirección a seguir es clarísima, exige una voluntad inquebrantable para mantenerla a lo largo del tiempo y en todas las situaciones. 

Una de las cosas más divertidas que he oído decir a la gente, es que harían el Curso si se encontraran en un ambiente tranquilo, diferente al de sus ajetreadas vidas. Este comentario se suele decir mucho referente a las lecciones del Libro de Ejercicios, lo cual es ciertamente hilarante, pues supone afirmar que solo pueden hacer el Curso si no van a la escuela, pues la vida es la escuela del Curso. Tanto es así, que cada uno de nosotros tenemos asignada un aula específica y un plan de estudios perfectamente personalizado. Lo gracioso del tema es que, nosotros, que no sabemos; que sabemos que no sabemos y por eso queremos aprender, es decir cambiar, pensamos, sin embargo, que estamos perfectamente capacitados para diseñar nuestro propio programa de estudios, el que más nos conviene. Así, decidimos ir a talleres, hacer cursos, o leer los libros que pensamos que nos convienen. Es decir, nos ponemos a cargo de nuestra propia salvación. Vamos, para morirse de risa.

El Curso es mucho más simple que todo eso. Te dice que siempre estás en lugar perfecto y en el momento perfecto para aprender lo que es la salvación, además, también te dice, sobre todo, que todo hermano que te viene es tu salvador; la oportunidad de ver en él la majestad y gloria de Dios, es decir, la tuya propia. Solo tienes que reconocerlo como verdaderamente es, y todo lo que le concedas te lo estarás dando a ti mismo. Esto es exactamente lo que es un milagro, nada más, y nada menos. Por otra parte, los resultados de tratar al hermano de esta manera son tan evidentes e inmediatos que resulta alucinante que siempre se nos escape una verdad tan obvia.

Los resultados de la práctica del Curso, como ya te habrás dado cuenta, son directamente proporcionales a la consistencia en tu aplicación de sus propuestas. Los constantes recordatorios a los que te insta las lecciones diarias son buena prueba de ello. Pero la clave para llevar todo eso a la práctica es, obviamente, tu firme voluntad de hacerlo así. ¿Cómo se le puede llamar voluntad a algo que no es firme? Por eso, si quieres conseguir algún resultado, lo que tienes que trabajar es tu voluntad, que es lo mismo que decir que tienes que trabajar tu motivación, porque la voluntad, en realidad, va sola. No te voy a sugerir cómo tienes que hacer eso. Tú, mejor que nadie, sabes como va tu vida y qué quieres cambiar y por qué.

Traducir el Curso durante varias horas al día está siendo un ejercicio muy benéfico que me está dando una nueva certeza y una mayor visión. La certeza, la visión y la verdad del Curso, es decir, la mía propia. Simplemente estoy recordando lo que siempre he sabido. Lo sorprendente es que no puedo entender por qué y cómo lo había olvidado.

Dado que este ejercicio está siendo tan bueno para mí, quiero compartirlo contigo, porque estoy convencido que también tendrá unos resultados estupendos en ti. Mi consejo es este: Traduce el Curso. Estoy convencido de que hacerlo solo te puede traer enormes beneficios, como los que me está aportando a mí. Con esto, no quiero decir que cojas el original en inglés y un diccionario y te pongas a trabajar. No. Basta con que cojas la traducción de Rosa María Wynn, la que ya conoces y que es increíblemente buena, y que la reescribas de otra manera, con tus propias palabras. Te aseguro que te va a sorprender lo que este sencillo ejercicio hará con tu mente, y en consecuencia, con tu vida. Anímate a empezar a hacerlo con una sección, la que más te guste, y luego me cuentas.

Bueno, si has llegado hasta aquí, gracias por tu paciencia y que seas muy feliz.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Maestro de Dios



Hola.
Me presento.
Soy un maestro de Dios.
Mi función es salvar el mundo.
Perdonándolo en mi mente.
Esta es una tarea que hago a lo largo de lo que llamo “mi vida” de manera un tanto inconsistente.
Si lo hiciera perfectamente no vería el mundo.
A veces consigo perdonarlo.
Y entonces mi mente está en paz.
Otras veces, muchas, me olvido completamente de mi función.
Entonces, condeno, ataco, y sufro ira.
El mundo también tiene una función.
Pero parecen dos.
Una es seducir.
La otra es atacar.
Por eso hay que perdonar esta ilusión.
Mi condición de maestro no suscita ningún tipo de emoción en mi mente.
No la considero importante en absoluto.
Por eso no me emociona.
La llevo alegremente a cabo porque tengo la certeza de que es lo que más me conviene.
Tengo una conciencia clara de un cansancio que llevo arrastrando a través de muchas vidas, muchos sueños.
Se trata de una incomodidad esencial que proviene de saber que no estoy donde me corresponde, en mi verdadero hogar.
La nostalgia de mi condición natural es mi única motivación.
Este es un estado que me ha acompañado desde que tengo conciencia.
La experiencia humana siempre me ha resultado incomprensible.
Nunca he entendido nada.
He coleccionado multitud de explicaciones.
Pero conocer…
Solo he conocido mi propio ser.
Nada más.
Por eso no entiendo las formas, ni sus atributos, ni el espacio, ni el tiempo.
También sé que no necesito nada de todo eso.
Por eso lo perdono.
Lo dejo pasar.
Mi vida humana es ahora mayormente satisfactoria, divertida y agradable.
Aun así, no deja de ser limitadora e insuficiente.
Inapropiada para mi verdadera naturaleza.
Por eso espero con paciencia a que se disipe.
A dejar de percibir.
Y simplemente ser.
Pues tal mi auténtica condición.
La dulce nostalgia me guía siempre y me lo recuerda constantemente.
Es la pura dicha de ser que siento cuando no pienso.
Cuando, simplemente, soy.
A lo largo de mi vida he perseguido muchas ilusiones.
Y, eventualmente, siempre he acabado desilusionado.
Pues tal es la naturaleza de las ilusiones.
Todas mis ilusiones, de hecho, estaban basadas en la misma expectativa.
Satisfacer mi nostalgia permanente en el mundo de las formas, de las sombras.
Y nunca he tenido éxito.
Claro.
Me he buscado a mí mismo en los sitios más inapropiados.
¿No son acaso todas las ilusiones la misma?
El cansancio de la sempiterna desilusión me ha llevado al perdón de las ilusiones.
A dejar pasar el mundo.
No tiene ningún mérito.
Simplemente, es una nueva estrategia.
Otra ilusión.
Pero esta ilusión ya no me engaña.
Es la última.
Por eso perdono.
Conocí un Curso de Milagros hace muchos años.
Llegó a mi vida en un momento de gran perturbación.
Dada mi naturaleza, radicalmente inquisidora, momentos como esos he tenido muchos en mi vida.
Siempre he hecho grandes apuestas.
Y siempre he perdido.
Con mi vida destrozada por esa última pérdida, llegó el Curso.
Antes de eso había visto la luz en muchas ocasiones.
Pero esta vez fue diferente.
Esta vez la luz vino para quedarse.
El Curso no era exactamente la luz.
Era, más bien, un instrumento de luz.
Era una propuesta simple para considerar al mundo siempre de la misma manera.
Como una ilusión.
Las ilusiones, en realidad, son engaños.
La simple propuesta es la de no dejarse engañar.
Y no tener en cuenta el mundo.
Porque no es real.
El mundo es una percepción compleja y cambiante.
Por eso nunca lo he entendido.
Por eso tengo que dejarlo pasar.
Perdonarlo.
Al principio, el Curso también me pareció complejo.
Me costaba entenderlo.
Pero como soy un fanático de la luz, no podía apartarme de él.
Además, comprobaba que cuando hacía lo que proponía siempre tenía paz.
Por eso comencé, poco a poco, a aplicar sus propuestas a mi vida.
Y, poco a poco, mi vida comenzó a cambiar.
No fue un proceso fácil, ni feliz.
Muchas cosas se derrumbaron a mi alrededor.
Llegó incluso un momento en el que lo perdí todo.
Hasta la razón.
Pero, poco a poco, llegué a la cordura.
Esta vez no fue como las otras.
Ahora ya no me quedaba nada.
Y eso estaba bien.
Ahora era libre.
Al no tener nada, nada me condicionaba.
Lo había perdido todo, pero había encontrado mi libertad.
Al principio, no sabía qué hacer con ella.
Podía hacer cualquier cosa.
Ir en cualquier dirección.
Pero no sentía ninguna motivación para hacerlo.
Luego, no hacía nada.
Poco a poco (estos procesos suelen ser lentos), empecé a encontrarle gusto a la vida.
Descubrí la pura y simple alegría de ser.
Solo ser.
Solo ser era perfectamente satisfactorio.
Y empecé a hacer cosas por el simple placer de hacerlas.
Nada me parecía importante.
Porque yo mismo no me sentía importante.
Si yo no era importante, porque incluso la idea que tenía de mí mismo era una ilusión, nada lo era.
Las cosas, aun no siendo importantes, estaban bien.
Porque yo estaba bien.
Entonces, empecé a entender.
No entendía nada en concreto, simplemente entendía.
Era una especia de certeza muda que siempre me acompañaba.
Era mi propia certeza.
Era yo.
Si me hacía una pregunta específica, me llegaba una respuesta específica.
Aun así, sabía que ni la pregunta ni la respuesta eran la verdad.
Aunque tenían su aroma.
El hacer se volvió fácil.
Natural.
Y feliz.
No tenía expectativas.
Nunca fracasaba.
Nada importaba.
Pero todo era satisfactorio.
Era, básicamente, un estado de incredulidad.
En el que todavía permanezco.
A veces, sin embargo, aparecen sombras en mi mente.
Y el sueño me arrebata.
Y creo en él.
Y siento ira.
Pero se disipa rápido.
Cuando tomo conciencia de que eso, no me gusta.
Me he dado cuenta de que mi mente todavía está un poco enferma.
Confunde el dolor con el placer.
Y cree que el dolor es placer.
Eso me ocurre cuando sueño y creo que algo en el mundo es importante, es real.
Y entonces sufro.
Y siento ira.
Ahora, solo conozco dos emociones.
Gozo e ira.
El miedo, la angustia, la envidia, el orgullo, la vergüenza, el amplio abanico de las emociones… no lo entiendo.
No entiendo los sentimientos prevalentes en los seres humanos.
Por eso no siento ninguna simpatía por ellos.
No puedo identificarme con ellos.
Aunque reconozco que me inspiran una cierta ternura.
Entiendo por qué piensan como piensan y sienten como sienten.
Todavía creen en el mundo de las formas.
Todavía creen que el mundo es importante.
Todavía creen que ellos mismos son importantes.
Sé que sueñan sueños de miedo y de carencia.
Lo cual es una lástima.
Que no siento.
También sé que no puedo hacer nada por remediarlo.
Cuando intento disipar sus fantasías, me atacan.
Creo que se sienten amenazados.
Que intento privarles de su turbio placer.
Que en realidad es sufrimiento.
Por eso los perdono y sigo alegre mi camino.
No tengo ningún control sobre sus mentes.
Ese es su derecho, su libertad y su responsabilidad.
Mi única responsabilidad es gestionar con sensatez mi propia mente.
Nada más.
Por eso perdono al mundo.
También sé que es un asunto de tiempo.
Eventualmente todos despertarán.
El tiempo es un recurso limitado y se agotará.
Porque es una ilusión.
Mientras sigan creyendo en el tiempo, lo seguirán creando.
Aun cuando el tiempo no sirve para nada.
Pero aún sienten apego a ese oscuro amor.
Piensan que el amor está donde no está.
Y llaman amor a cualquier cosa.
Esa confusión tiene su lado divertido.
Pero, esencialmente, es patética.
¡Qué le vamos a hacer!
Eso también cambiará.
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El Curso describe tres ámbitos.
El mundo, el mundo real y la realidad.
De los tres, solo uno es real.
Los otros son ilusorios.
Incluso decir que SON ilusorios es inapropiado.
Porque no son.
Desde dentro de la ilusión no es posible entender que la ilusión es una ilusión.
Precisamente, porque es una ilusión, y hasta el sujeto que se lo plantea es también ilusorio.
Por eso, en la realidad, no hay nada que entender, solo ser.
Todos los fenómenos de la conciencia son ilusorios.
Porque la conciencia es ilusoria.
La conciencia es la ilusión.
La ilusión de que hay algo de lo que se tiene conciencia.
Esta explicación, como todas, ocurre dentro del ámbito de la ilusión.
Por eso, también es ilusoria.
De hecho, ni siquiera ocurre.
Pensar que sí, es un malentendido.
Sin embargo, la conciencia de que la conciencia es ilusoria trae paz.
A menos que el individuo se apegue a la creencia de su propia existencia individual.
Que también es una ilusión.
Ese es un concepto difícil de entender y raro de experimentar.
A mí me ocurrió una vez.
Obviamente, en realidad, nada ocurrió, pues en la realidad no ocurren fenómenos, ni existe nadie al que le ocurra algo.
Es, simplemente, una manera de hablar.
Dentro de la ilusión.
Una mañana, cuando desperté del sueño profundo, asistí al nacimiento de mi identidad.
Y lo comprendí todo.
De repente, en la conciencia, surgió la idea de mí mismo.
El pensamiento de ser yo.
Y entonces vi con claridad el malentendido.
En realidad, yo no vi el malentendido, más bien, fue visto.
Lo cual, al ocurrir en la conciencia, también es una ilusión.
Vi, cómo la conciencia confunde el contenido del pensamiento con su forma.
La conciencia considera que la forma del pensamiento es su contenido.
Así, si un pensamiento tiene una forma determinada, cree en la existencia del contenido que la forma expresa.
Esa creencia es una falsa creación.
Es la creación de una ilusión.
Pero, claro, las ilusiones no existen.
Luego no se crea nada.
En realidad, solo es un pensamiento con una forma determinada, pero piensa que su contenido, su significado, existe.
Obviamente, el contenido del pensamiento es imaginario.
No existe.
La conciencia ha adoptado una forma determinada que expresa un contenido significativo.
Pero solo es una alteración de la conciencia.
Lo que esa forma de la conciencia expresa es una ilusión.
Es una ilusión dentro de otra ilusión.
Pues la conciencia es también una ilusión.
Ocurre cuando el SER considera que puede haber algo diferente de sí mismo.
Diferente de SER.
Lo cual es imposible.
No puede haber, existir, nada que no sea SER.
Por definición.
Pero, aparentemente, el SER puede considerar su propia ausencia.
Ausencia de SER.
Lo cual es una locura.
El origen de la conciencia.
El origen de la ilusión.
La ilusión es la conciencia de ausencia de SER.
En nuestros términos, podríamos decir que el mundo está construido con ausencias de SER, con ausencias de Dios.
Por eso, la gente habla de Dios, pero nadie lo ha visto.
Jamás.
Porque Dios es real.
Pero la gente y su mundo, no.
Las ausencias no existen.
Por definición.
Pero puede parecerle que sí a la conciencia.
También ilusoria.
En sentido estricto, no se puede decir siquiera que la conciencia y sus contenidos son ilusorios.
Porque la conciencia no existe, ni tampoco sus contenidos.
Luego no son.
Es como describir con sombras la historia del mundo de las sombras.
Y las sombras no existen.
Pues son ausencias de luz.
Pero parecen estar ahí.
Como los fotogramas de una película que cuentan la historia de personas “reales”.
De igual manera que una película no es creativa, no puede crear realidad, la conciencia tampoco puede hacerlo.
Aun así, siempre hace referencia a conceptos reales, que sí existen.
Podríamos decir que, de alguna manera, la conciencia ilusoria emula a la realidad.
La idea no es fácil de entender, pero el esfuerzo merece la pena.
Así, por ejemplo, la identidad de Dios, en la ilusión, es la identidad del ego.
El ego es el dios de la ilusión.
La sombra de Dios.
La ausencia de Dios.
¿Qué queremos expresar en realidad cuando decimos YO?
En realidad, decimos DIOS NO, YO.
Así, son propias del ego expresiones tan hilarantes como: Dios y yo; Yo amo a Dios; Yo creo en Dios; Cuando mi cuerpo muera yo estaré con Dios… y otras igualmente divertidas.
Tal como el concepto de ego proviene del de identidad de lo real, igualmente la conciencia desvirtúa conceptos reales y crea un amplio abanico de ilusiones que se expresan en sus ausencias.
Así, en la ilusión también aparece el amor, la verdad, el poder, la libertad…
Como son ausencias, se expresan mediante aspiraciones, anhelos nunca satisfechos.
El ego, el héroe del sueño, deambula en un mundo imaginario persiguiendo carencias.
La conciencia de esto, también en sí misma una ilusión, es el fundamento del perdón.
La última ilusión.
El camino hacia la salvación.
A despertar en el Ser.
Acabo con el enunciado principal del Curso de Milagros.

Amigos, lo real, lo que existe, no corre ningún peligro, porque es.
Las ilusiones, ni existen, ni han existido jamás, por eso no son importantes y hay que perdonarlas.
Y eso es todo.
Si tenéis esto en cuenta, aun cuando penséis que sois individuos carentes en un mundo hostil,
disfrutaréis de la paz de Dios.
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A continuación, presento una descripción simbólica de la cosmogonía de Un Curso de Milagros.
El color blanco expresa Luz, Realidad, Ser, Verdad, Amor, Poder.
El color negro expresa ausencia de luz, ilusión.
El color rojo expresa la conciencia ilusoria, y lo que contiene es el ámbito en el que parece ocurrir la ilusión.
El perfilado negro y la sombra de algunas palabras expresa la consideración de esos conceptos desde el ámbito de la ilusión.
Las palabras en negro expresan conceptos totalmente ilusorios.
Las palabras en gris expresan conceptos ilusorios pero que, en cierta medida, expresan realidad.
Las palabras en blanco expresan conceptos plenamente reales.
La posición de las palabras expresa el ámbito en el que sus significados ocurren o parecen ocurrir.


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